A finales de febrero estaremos llegando a la clarificación de la confusión y la incertidumbre política en que hemos vivido durante todo este último gobierno. No son muchos los países que se permiten llegar hasta un mes antes de renovar su Congreso, con una confusión tan deleznable para su democracia. Sí será en febrero, pero ya el nudo empezó a desenrollarse. Los “jugadores” –explícitos e implícitos- se han puesto en sus marcas. Y como aquí en Colombia se sigue jugando a que el ganador no sea sino uno, nadie juega para nadie. Las candidaturas son, más que de partido, personales.
.Ningún partido ha estructurado una campaña donde sus miembros todos se estén jugando por su candidato. Los candidatos no se perfilan como representación de intereses, sino de su propia luminosidad. Nadie actúa en función de un partido en representación de intereses ciudadanos y por tanto no hay hambre de poder de partido En el partido Liberal, que mostró más cohesión, escogiendo un candidato único, sus precandidatos derrotados no acompañan realmente a Pardo y su capacidad de convocatoria empieza a diluirse.
Ni que decir del partido de la U o del Conservador, donde la razón de existencia de ¿dos? diferentes pero idénticos partidos es para obtener la mejor bendición del “Príncipe” y aventajar al otro en contratos públicos y burocracia estatal. ¡El que menos partido tiene es Uribe! Ni para darle continuidad a la seguridad, que según él, es la razón de su porfía.
Del Polo ni se diga. Ya es difícil saber de su existencia como partido. En vez de representación de intereses ciudadanos, lo que allí abunda es una pléyade de “nuevos” personalismos buscando cada uno asegurar su clientelita. La verdad, “muchos caciques para tan pocos indios”. El partido Verde se quedo biche: no pudieron esas tres luminarias, que compiten en mesianismo con Uribe, hacer de esa pequeña y extraña armazón de Opción Centro algo creíble.
Todos los partidos están actuando no para diferenciarse y ofrecerle al ciudadano alternativas dentro de la democracia, sino para buscar como parecerse en la pretendida seguridad, en el caudillismo y el autoritarismo. Quedamos reducidos al “ideario” y a los intereses del Uribismo, que copó todo el espacio político. Por eso sería bueno hoy hablar de algunos movimientos dentro del Uribismo, que como el Stalinismo en el régimen soviético, es hablar de todo el sistema.
El principal competidor a Uribe aparece, entonces, dentro de su mismo equipo, Juan Manuel Santos. Y Uribe empieza a correr principalmente contra él. Santos se declara reeleccionista, pero ruega en silencio -no propiamente por constitucionalista- que la Corte Constitucional cumpla con la defensa de la Constitución y de la alternancia. Empieza a sacar su artillería. En El Tiempo los protagonistas civiles de su sucesión, Gabriel Silva su Ministro sucesor y Sergio Jaramillo su Viceministro, coinciden hasta en el día de sus declaraciones y en el despliegue que se les concede.
De sus ¿publi? reportajes se puede extraer, que abogan por una mayor influencia política de la Fuerza Pública, en particular del sector más afecto a Santos, al que se atreven a mencionar con nombre propio. Tienen la fortuna de que es el sector menos implicado en los ‘homicidios de personas protegidas’. Estas menciones, inéditas en el cercano pasado, pueden contribuir a resentir aún más la Fuerza Pública, ya de suyo bastante dividida.
La politización de la Fuerza Pública no sólo es riesgosa en una sociedad polarizada donde “el que no está conmigo, está contra mí”, sino que puede estimular a ésta a sentirse con más posibilidades de marcar derroteros políticos de los que ya impone. Es jugar con fuego.
JM Santos y los protagonistas civiles del Santismo son también los más duros acusadores a Chávez de ser el nuevo jefe y adalid de la guerrilla de las Farc y el Eln. Más que información comprobada, el trasunto también podría ser jugarle a Uribe en su propio terreno: mostrar que frente al miedo que genera Chávez en los colombianos y en el exterior, hay un hombre tan fuerte o más que Uribe y que cuenta con un indiscutible apoyo de la Fuerza Pública y más…, de Estados Unidos. Lo difícil en esta estrategia electoral es cambiar el imaginario popular donde Uribe sigue siendo el único contradictor-combatiente de Chávez
Ni por un momento nos confundimos con el Chavismo. Sabemos que la tensión se debe más a la vulgaridad, intemperancia y tolerancia de Chávez, que al papel de Colombia en la región. Pero responder con la misma estrategia “de extrema tensión” tiene varios riesgos.
Primero, tiende necesariamente a hacer depender la solución del conflicto interno de la “solución al Chavismo” pudiendo eternizar el conflicto como en el Medio Oriente, y segundo, los movimientos de batallones a la frontera juegan con un ‘contrario impredecible’, de comportamiento bipolar, que de tener respuesta en algún roce militar cambiaría todo el panorama político y electoral sin beneficio alguno para Colombia.
Luego el equipo de Santos aquí también jugaría, tocando el fuego. En ese eventual terreno, sólo Uribe podría capitalizarlo, rompiendo sin costos las formalidades y calendarios democráticos electorales.
Santos como jugador tiene suerte. Después de “Jaque” no ha habido éxitos rotundos de la Fuerza Pública y sí, más bien, algunos actos efectistas de las Farc, que por su crueldad, las ponen nuevamente en el escenario. Se podría concluir que esto favorece a Uribe pues su programa de gobierno ha sido liquidarlas. Pero ya vamos para ocho años de Uribe y la terminación del conflicto y de las Farc se ha ‘amorcillado’. Santos jugaría a que el recambio puede ser deseable por la opinión.
Para redondear. La competencia de Uribe y Santos -en el terreno de quién privilegia más la seguridad y la “extrema tensión”- se da en un terreno movedizo. Las variables sociales nacionales siguen deteriorándose y el comercio internacional se presenta incierto: el deterioro puede llegar a ser más fuerte que el “miedo al Chavismo”.
Las principales preocupaciones de los ciudadanos, el empleo, la corrupción pública, la pérdida en la equidad social, en la situación económica, el cierre de industrias y el futuro del comercio regional, etc., no se pueden sortear por tiempo indefinido con la “tensión extrema”. Ni con las redes “uribizadas” de ‘familias en acción’. El déficit presupuestal, en una recesión de recuperación lenta, como todos los economistas prevén, hace insostenible las dádivas a los sectores de extrema pobreza, pues prolongaría extremadamente la recuperación.
Y además, si la democracia no brinda efectivas opciones, entonces, se hace más indiferente y deleznable para el ciudadano, como efectivamente están mostrando todas las encuestas sobre Colombia. Tal vez no ahora, pero agotada la democracia, la estrategia de “tensión extrema” podría terminar contribuyendo a un ‘escenario de futuro’ que puede ser un salto del péndulo de un extremo a otro: el de la destorcida a la manera Chavista. Como dice el poema de La Perrilla, “…en más de una ocasión, sale lo que no se espera”.
Una alternativa más cierta para ‘el establecimiento’ estaría en que el liderazgo nacional y del empresariado del sector real, movilice a los estratos 3, 4 y 5, que votan más que los uribistas de los estratos 1 y 2, en procura de una transición controlada, con un candidato que les de confianza y que tenga credibilidad. Este puede ser Santos “re-centrado” o Pardo o Fajardo o Vargas Lleras y aún el mismo Petro.
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