Precisar los apalancamientos de la derecha es encontrar los elementos a superar para lograr construir una política democrática de amplio espectro político y social: Ya es un lugar común señalar que Uribe aprovechó el temor ciudadano que veía una guerrilla -que ella misma y la derecha hicieron aparecer más allá de sus propias posibilidades- como amenaza a la sociedad y al Estado.
Frente a un Estado que aparecía fallido o al menos perdido en su respuesta a la violencia desmadrada de todos los actores, paramilitares y guerrilleros, la ciudadanía se refugió en la derecha política que prometía, con una salida de autoridad y fuerza, el orden y la seguridad que se entendía como la derrota de los actores violentos.
Así como los neoconservadores en EU reeligieron al petardo de Bush exacerbando el miedo al terrorismo, la derecha y muy particularmente Uribe candidato y Presidente, superlativizaron el riesgo de las Farc y colocaron el temor por encima de la razón y la experiencia. .
Tanto el centro como la izquierda han abandonado la seguridad ciudadana como asunto público, como prioridad del Estado y de todos los ciudadanos y no propiedad de la derecha. Por ese abandono cedieron primero las capas medias y luego, toda la ciudadanía a la derecha autoritaria. Los ciudadanos, al sentirse inseguros, prefieren a cualquiera que aparezca fuerte y aún autoritario, no obstante cueste en la perspectiva del desarrollo y de la democracia, a alguien que les parezca débil aunque tenga la razón y la ‘fuerza tranquila’.
Una segunda aproximación al porqué del éxito de la derecha, muestra que el Presidente Uribe ha acompañado el ‘discurso del miedo’ con el relanzamiento de los valores religiosos católicos, en reemplazo del carácter laico del Estado que promueve la Constitución. Lo hace como discurso explicito, al mismo tiempo que promueve los valores de un mundo dominado por la especulación dineraria, cuestión que no sólo aquí sino en el mundo, promueve la derecha al poner por encima de cualquier consideración la preeminencia de los rendimientos del capital: estimula como máximo valor y razón última del éxito la acumulación. Pero para hablar en términos religiosos, la adoración al ‘becerro de oro’ rebaja todos los niveles éticos, no sólo en la economía, sino aún los necesarios al equilibrio ecológico.
Uribe y la derecha han usado los valores religiosos como envoltura del discurso del miedo y de la defensa del conservadurismo político y ético. Al tiempo que priorizaban la defensa de la propiedad de los grandes ricos, aún siendo laxos frente al enriquecimiento ilícito, hacían aparecer estos “valores plutocráticos” como los valores de toda la sociedad, en una sociedad de desposeídos o de poseedores de algo más que su propia vivienda. El Estado comunitario se nos presentó como el ‘Estado de todos propietarios’.
Pero la realidad, siempre tozuda, ha puesto de cara al mundo y a la ciudadanía colombiana, la quiebra de esos paradigmas y el empobrecimiento acelerado por la especulación y la concentración de la riqueza. La ausencia de Gobierno y Estado “frente a los pregoneros de milagrerias y loteadores de paraísos y nirvanas”, que desde las pirámides trocaron las ilusiones de los pobres en nueva miseria y frustración, empieza a romper el idilio con el gobierno de la derecha.
Justamente esa “ausencia de Estado” ha sido un tercer factor de predominio de la derecha del Presidente Uribe. Vendió la idea de que trabajaba por un Estado eficiente. En una sociedad estragada con los políticos y la corrupción pública planteó la necesidad de adelgazar el Estado: redujo ministerios dedicados a la actividad social y creció los aparatos de seguridad y los grandes negocios para los contratistas del Estado. El resultado, la ausencia o presencia débil del Estado en la regulación de la vida económica: Débil para la redistribución del ingreso pero, grande y fuerte para que dé seguridad al mundo de los negocios, “el mundo de los propietarios”.
Si es bien cierto que un Estado grande favorece la corrupción pública, también es más cierto que en el mundo del dinero y los negocios, cuando no hay regulación estatal, prima la corrupción privada que es generalmente mucho mayor y que se lleva por delante la confianza, el dinero de las gentes y siempre el patrimonio público, como se está viviendo y comprendiendo con la crisis actual del capitalismo mundial y en la profundización de la corrupción a niveles nunca vistos en el régimen del Uribismo.
Por último, al predominio de la nueva derecha que encarna Uribe le es necesaria la polarización de la sociedad y la política. Se construye una gobernabilidad autoritaria que demanda un ‘Gobierno del miedo’ para una seguridad excluyente: descalifica de “aliados del terrorismo” a todo aquel que no esté de acuerdo con el régimen. Para mantener su “sustentación” popular hace de la exclusión de las minorías políticas una precondición de la gobernabilidad y para ello se arropa en el peligro terrorista o en criterios religiosos
Este presupuesto pretende fracturar la unidad social necesaria a todo proceso democrático: así la sociedad no alcanza a ser ni una sumatoria de minorías y debe ser presentada en la particularidad. Una cosa son los indígenas, otra los corteros, otra las capas de empleados del Estado, etc. La coincidencia de los movimientos sociales no es producto de la perdida de condiciones de vida sino del ardid complotista.
Las diferencias propias de las distintas opciones de oposición no pueden entonces convertirse en coyunturas para que la derecha uribista siga apalancándose. Los personalismos de algunos dirigentes han de ser superados en la brega por un consenso democrático.
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